sábado, 3 de diciembre de 2011

EL UNICORNIO Y EL ENANO (1)





Era de noche en la cabaña del leñador y como de costumbre, éste se preparaba una sopa caliente antes de acostarse. Durante el día había estado cortando leña y los escasos rayos de luz que atravesaban tímidamente las nubes oscuras, le habían ayudado almacenar gran cantidad  de madera para calentar su hogar. 

Amaba estar en solitario. La tranquilidad que le rodeaba llenó su larga vida de felicidad, aunque en ocasiones muchos de sus vecinos  se burlaban del él. Pensaban que su cabaña estaba embrujada desde que dio morada a una anciana del lugar, la cual fue despojada de su casa porque unos hombres muy poderosos de la aldea decidieron construir en sus tierras una carretera. Como las antepasadas de la anciana tuvieron fama de haber sido brujas y hechiceras, nadie en la aldea la quiso acoger, pero el leñador, sabiendo lo triste que se sentía como a él mismo le ocurría, le invitó a quedarse en su cabaña hasta que la anciana ser marchó al reino de los cielos.
 
Durante su corta estancia con el leñador, la anciana que era muy sabia, un día le confesó que él era un hombre muy rencoroso y desconfiado con la gente, y que no debía nunca de actuar de ese modo porque era así como los habitantes de su aldea se comportaban con él y no debía hacer lo mismo. Por eso, antes de irse la anciana a su viaje eterno, echó un conjuro al leñador haciéndose realidad el día en que él mismo no sintiera lástima por las gentes de su comarca, pero el leñador sin darse cuenta y desde hacia mucho tiempo, dejó de sentir compasión por ellos.

Las luciérnagas estaban nerviosas aquella noche. Su luz era más intensa al reflejarse en la nieve, dejando ver el sendero que se adentraba en el bosque. El sonido hueco de las pisadas en la nieve alertaron al leñador de una presencia que se acercaba a su propiedad. La puerta de la cabaña fue golpeada sin dudar y la soledad del leñador fue interrumpida.
 
-¿Quién va a estas horas?- gritó el leñador.
-Soy Dwarf el enano, no me conoce. Pertenezco a las tierras rojas, territorio de unicornios y frontera con los límites permitidos. Ando buscando a mi unicornio hace días.
-¡Por aquí nunca pasa nada! No le puedo ayudar- dijo el leñador, mientras se preguntaba qué diablos hacia un enano buscando un unicornio.
-Es tarde y hace frio-comentó el enano- ¿Podría darme morada hasta el amanecer?

El leñador no acostumbraba a tener visitas, pero hizo una excepción. Aquel raro hombrecillo no presentaba amenaza.
-¡Entre y no haga ruido! ¡Intento descansar!-ordenó el leñador.
A trompicones el enano entró en la cabaña. El calor de la lumbre le invitó a quedarse junto al fuego acompañado de una humeante sopa caliente.
-Gracias por su hospitalidad, caballero. Mi reina le compensará con grandes riquezas si me ayuda a encontrar a mi unicornio.
El leñador, asombrado por las palabras de su acompañante, decidió continuar charlando y averiguar si el enano se había fugado de un manicomio.
-Su castillo, caballero, es pequeño pero acogedor. Si me permite, estimado buen hombre, le relataré de mis hazañas y el porqué me hallo ahora en tan lejanas tierras.
 
El leñador pensó en echarle de su cabaña, pero sintió lástima por él. El pequeño hombre estaría indefenso en aquella noche fría de invierno, y al día siguiente se sentiría culpable.
-¡Cuénteme! ¿Por qué busca su unicornio?- pensó en voz alta el leñador.

-Verá. Hace varias lunas, durante la festividad del árbol volador en la comarca donde yo vivo, los hermanos Watchman, de la familia más antigua de la provincia, no acudieron al evento. Su ausencia preocupó a los habitantes de esas tierras, y el jefe consejero convocó una asamblea de ancianos para esclarecer los hechos. Por lo visto, la comarca corría peligro de quedarse sin defensas. La familia Watchman fue durante generaciones grandes guerreros guardianes, jurando proteger sus fronteras hasta la muerte.
 
Como los más ancianos del lugar no encontraron pruebas de la extraña  desaparición de los hermanos, decidieron pedir consejo a la Reina Queen, la dama más amada y respetada de todo el territorio del unicornio, que gobernaba sabiamente desde que era una niña.

-Un momento Dwarf –interrumpió curioso el leñador -¿Por qué llamas a tus tierras “rojas”?
-Porque las sembramos de zanahorias, la comida favorita de los unicornios-afirmó el enano.
-¿Cuáles son los límites permitidos de los que hablas? -continuó preguntando el leñador.
-Más allá de las fronteras de mi reino, el paso está prohibido, incluso a los unicornios. Todos los que se han adentrado, nunca han regresado.
 
Se dice que vive un Rey malvado que come unicornios y enanos -se estremeció Dwarf al contarlo.
El leñador continuó escuchando al enano mientras tomaba con ansia la sopa, y se preguntaba al mismo tiempo, cómo actuaría su invitado si le dijera que lo unicornios no existen, y que todo lo que está contando es pura invención. Como era de noche y nevaba con intensidad, pensó que lo mejor sería esperar a la mañana y llevarlo al médico de la aldea.

-Buen hombre. ¿Está escuchando lo que relato? Es importante que no pierda detalle de mis descripciones. Puede que usted, caballero, haya visto recientemente a mi unicornio y lo hubiera confundido con un simple penco -se preocupó el enano.
-No sé, señor Dwarf. No he visto nada vivo por aquí cerca desde hace semanas. No se detenga y continúe relatando sus andanzas -sonrió el leñador.