En
unas lejanas tierras aún por descubrir existía una pradera donde unas hermosas
flores y de múltiples colores adornaban cientos de kilómetros. Desde el cielo
miles de aves en su migración anual podían ver la pradera como un arco iris y
su fragancia era tan poderosa que el viento la transportaba hasta el mismísimo
océano. Allí los delfines saltaban sobre el mar para oler su aroma, cientos de tortugas
llevaban hasta la playa sus huevos, cautivadas por el maravilloso olor de las
flores y los cangrejos aprendieron a caminar hacia delante para impregnarse de
la fragancia en su caparazón.
Allí
en la pradera, las flores no estaban solas. En medio de todo el esplendor de
colores y aromas se elevaba un árbol cuyo tamaño superaba con diferencia al
resto de sus iguales. En lo más alto de sus ramas, casi rozando las nubes,
habitaba una colmena de abejas que desde hacía generaciones fabricaban miel para
poder sobrevivir al duro invierno. A veces la miel que les sobraba la
depositaban en las oseras para que los pequeños oseznos pudieran lamerla nada
más despertarse de su hibernación.
-¡Buenos
días doña Violeta!
-¡Buenos
días doña Margarita!
Las
flores que se encontraban en cercanía siempre se saludaban por la mañana.
-Doña
Margarita. Hace una mañana espléndida para que nuestras amigas las abejas
vengan pronto a por el néctar.
-Espero
que sí acudan doña Violeta. Ayer no pudieron salir por la tormenta. Tengo tanto
néctar almacenado que a veces creo que me voy ahogar.
-Yo
no permito que una abeja desconocida se lleve mi néctar. Es Carolina quien se
encarga de transportarlo. La última vez que permití a otra abeja fue cuando
Carolina tuvo una fuerte gripe. Y fue espantoso doña Margarita, esa abeja no
sabía cómo extraer el néctar. Es más, me arrojó cera al tallo de mi planta y
las hormigas de alrededor se quedaron pegadas.
-¡No
me digas! Eso es muy grave. Debes quejarte a la reina de las abejas. Esa obrera
tiene que irse a otros quehaceres de su colmena.
En
ese mismo instante en la colmena, las abejas se preparaban para otro día de
duro trabajo. Cada obrera tenía que hacer su labor ya establecido por orden de
la reina. Unas salían a por el néctar, otras depositan la miel en las celdas, y
otras se encargan de tapar con cera la miel almacenada.
-¡Carolina,
Carolina! ¿Dónde se ha metido esa abeja holgazana?-gritó fuertemente Freddy, el
zángano más viejo de la colmena.
-Sigue
enferma. Hoy no podrá volar-dijo Susanita, la mejor amiga de Carolina.
-Pues
la próxima vez tendré que informar a la reina. Doña Violeta ya se ha quejado de
sus ausencias y al final terminará regalando su néctar a otras colmenas.
Freddy
salió volando muy enfurecido debía de buscar a una obrera para sustituir a
Carolina y sabía que eso pondría de mal humor a doña Violeta.
Al
otro lado de la colmena se encontraba la guardería, allí la reina depositaba a
las futuras obreras. Otras abejas se encargaban de cuidarlas hasta que pudieran
volar. Freddy acudió a la guardería para buscar a la sustituta de Carolina.
-¡Buenos
días Freddy! ¿Vienes de visita?-preguntó Adelina, la abeja guardiana.
-Buenos
días Adelina. Carolina está enferma y necesito una obrera joven para
sustituirla unos días.
-Aún
no están listas para volar Freddy. Necesitan unos días más-comunicó Adelina.
-He
visto que tienes una nueva ayudanta en la guardería. Esa de ahí-dijo Freddy.
-¿Quién?
¿Rosita? Ella no puede hacer el trabajo de una obrera porque es distinta. No
ves que es de color rosa. No es como las demás-comentó Adelina.
-¿Pero
puede volar? ¿No?-preguntó Freddy.
-Sí
podría volar, pero a Rosita no le está permitido hacer el trabajo de las demás
obreras, así lo ordenó la reina-dijo Adelina muy inquieta.
-No
te preocupes Adelina. La reina no lo sabrá. Ella siempre está dentro de la
colmena y no la verá volar. Además los demás zánganos no dirán nada.
-Creo
que no es buena idea Freddy. Las flores de la pradera no dejarán su néctar a
una abeja rosa.
-Adelina,
no tengo más tiempo para seguir discutiendo contigo. Di a Rosita que se
presente en la aerocelda, haremos una prueba de vuelo-ordenó tajantemente el
zángano.
Mientras
que Freddy y Adelina hablaban, Rosita realizaba sus quehaceres diarios en la
guardería. No tenía ni idea de lo que le esperaba.
-¡Rosita,
Rosita! Ven. Date prisa-gritó Adelina.
Rosita
se acercó caminando con sus patitas hacia Adelina, apenas sabía volar porque en
la guardería no hacía falta y muy pocas abejas sabían de su existencia.
-Rosita.
Hay un nuevo trabajo para ti. A partir de ahora debes abandonar la guardería.
Tienes que ir a la aerocelda, Freddy te está esperando.
-¡Pero
si no sé volar! Soy una abeja rosa, todas las obreras se reirán de mí. No soy
como la demás, ellas trabajan mejor que yo-dijo temblorosa Rosita.
-Sí,
es cierto que no eres como las demás abejas pero seguro que tienes otras cualidades
que te harán única. Tienes que descubrirlas, y aquí dentro de la guardería no
podrás-dijo Adelina mientras se marchaba.
En
la aerocelda, todas las obreras estaban preparadas para echar a volar cuando en
ese momento aparece Rosita.
-¡Mirar,
mirar chicas! ¡Una abeja rosa!-gritó Susanita.
Todas
las abejas miraron asombradas a Rosita.
-Hola
a todas. Vengo a ver a Freddy. Me llamo Rosita.
-Creo
que te has equivocado, pequeña Rosita. Aquí están las abejas recolectoras de
néctar. Tú no eres como nosotras y no sabes volar-dijo una obrera y todas se
echaron a reír.
En
ese momento apareció Freddy volando.
-¡Qué
alboroto es este! Venga, todas a volar que hay que traer el néctar antes de que
oscurezca-gritó el zángano muy malhumorado.
Rosita
estaba muy asustada. Todo era nuevo para ella. Las abejas que tenía alrededor
se burlaron de ella todo el tiempo. Rosita se sentía triste porque estaba
convencida que no podría volar y mucho menos extraer el néctar de las flores.
-Buenos
días Freddy. Adelina me ha dicho que viniera a la aerocelda y creo que ha
habido un error. Yo no sé volar ni recolectar néctar-dijo asustada Rosita.
-Eso
son tonterías Rosita. Necesito que sustituyas a Carolina y aprenderás a volar.
Te traigo un instructor de vuelo para que practiques hoy mismo y mañana saldrás
a la pradera.
-Pero
Freddy ¡Eso es imposible! No podré…
-No
seas tan pesimista Rosita. Nada es imposible. Con un poco de esfuerzo por tu
parte, podrás conseguir lo que quieras.
Durante
todo ese mismo día, Rosita intentó echar a volar dentro de la aerocelda. Al
principio le fue muy difícil, pero al final del día cuando las obreras
regresaron de la pradera pudieron ver a la abeja rosa hacer sus primeros
vuelos. Todas se quedaron sorprendidas.
-Vaya,
vaya. Parece que la pequeña abejita quiere echar a volar. Pero me temo que no
podrá extraer el néctar. Las flores no se lo van a permitir porque no es como
nosotras-dijo Susanita burlándose.
Al
caer la noche, las obreras se fueron a dormir y no dejaron que Rosita durmiera
con ella. La pequeña abeja rosa tuvo que acomodarse dentro de una celdilla
reservada para la miel. Su alitas se humedecieron tanto que a la mañana
siguiente casi no podía moverlas. Las demás obreras no pararon de burlarse y
ella quedó al última en salir a la pradera.
-¡Rosita!
¡Rosita! ¿Por qué no estás volando ya?-gritó Freddy.
-Mis
alitas se humedecieron en la noche. No creo que pueda salir hoy-contestó
atemorizada.
-¡Paparruchas!-gritó
el zángano.
Freddy
en ese momento empujó al vacío a Rosita. La abeja cayó de la colmena a gran
velocidad sin control alguno. Solo escuchó los gritos del zángano ¡Abre las
alas y vuela! ¡No tengas miedo! Rosita veía cómo el suelo se hacía más grande y
cerró los ojos.
-¡Ves
Rosita como puedes volar!-dijo Freddy.
-No
es cierto Freddy. He caído al suelo.
Rosita
abrió los ojos, miró hacia abajo y vio que aún quedaba mucho para tocar la
superficie, sus alitas se agitaban sin parar. Estaba volando, se mantenía en el
aire suspendida y se sintió la abeja más feliz del mundo. Sobrevoló alegre el gran árbol de su colmena, y por primera
vez pudo ver todas las cosas maravillosas que le rodeaban, como la pradera
multicolor.
Mientras
tanto en la pradera, las abejas obreras estaban extrayendo el néctar de las
flores.
-Doña
Margarita. Se me está agotando la paciencia. Es el tercer día que no viene
Carolina. Y esas malditas hormigas no paran de subir por mi tallo en busca del
néctar-se quejó doña Violeta.
-¡Por
mis pétalos! Debes comunicarlo ya a la reina-acusó doña Margarita-¡Susanita!
Haz el favor de pedir a Freddy que venga inmediatamente.
-Doña
Violeta, no se preocupe. Carolina ya tiene una sustituta. Hoy mismo
vendrá-afirmó la obrera.-miren por ahí viene-dijo Susanita.
-¡Pero
qué me dices! Esa abeja no es como vosotras. Pero si es de color rosa.
¡Susanitaaaaa! ¡Quiero ver a ese zángano ahora mismo!-voceó doña Violeta.
En ese momento Rosita se
posó en uno de los pétalos de doña Violeta. En la aerocelda le habían enseñado
a volar pero no a extraer el néctar de una flor.
-Hola
Susanita. ¡Qué bueno que estás aquí! ¿Me enseñas a extraer el néctar?
-Pero
Rosita. ¿Qué haces tú aquí? ¡Verás cómo se entere la reina! Desde luego yo no
voy a ser tu cómplice en esta locura. Vete antes de que te vea otra abeja-le
dijo Susanita.
-¡Pero
si ha sido Freddy quien me ha obligado a venir! No puedo volver sin el néctar.
Doña Violeta estaba tan enojada que expulsó a
la pequeña abeja rosa fuera de sus pétalos. Rosita estaba tan triste que sus lágrimas cayeron en la corola de otra
flor cercana.
-¡Oye
abejita rosa! Ven aquí, acércate. Me llamo Liria. ¿Por qué esa llorera?-dijo la
flor.
-Doña
Violeta no me deja extraer su néctar y Susanita no me ayuda porque soy
diferente al resto de las obreras-balbuceó Rosita.
-Pero
si aquí somos todas diferentes. ¡Qué tontería más grande! No hagas caso de esa
vieja flor cascarrabias. Ven, yo te daré mi néctar.
Doña
Liria enseñó a Rosita a extraer su néctar y al atardecer regresó a la colmena
repleta de la sustancia mágica. Fue Rosita misma quien la depositó en las
celdillas y al día siguiente todas las abejas quedaron asombradas cuando
comprobaron que la miel era de color rosa, como Rosita.
-¿Pero
qué diablos ha pasado? ¡La miel es de color rosa!-gritó Freddy.
El
zángano comió la miel rosa y su sabor era tan maravilloso que no paró de
relamerse hasta las antenas. Felicitó a Rosita por su excelente trabajo y la
reina también. Pronto corrió la voz por toda la colmena y Rosita se hizo famosa.
Nunca más se burlaron de ella.
Pocos
días después, miles de abejas de otras colmenas vecinas se acercaron para ver
la miel rosa y fueron tantas las que vinieron que el enjambre se podía ver a
cientos de kilómetros a la redonda. Los apicultores de la zona extrañados por
tanta aglomeración de abejas se aproximaron a la colmena y vieron que era de
color rosa. Muy sorprendidos de su color no dudaron en llevar la miel a todos
los comercios de la región.
En
cuestión de pocos meses la miel rosa fue conocida en todo el mundo y Rosita
aprendió la lección que no importa ser diferente ni tener limitaciones pues uno debe
valorar sus capacidades para ser feliz en la vida.
Desirée Vergaz