lunes, 14 de noviembre de 2016

UNA MIEL DE COLOR ROSA

En unas lejanas tierras aún por descubrir existía una pradera donde unas hermosas flores y de múltiples colores adornaban cientos de kilómetros. Desde el cielo miles de aves en su migración anual podían ver la pradera como un arco iris y su fragancia era tan poderosa que el viento la transportaba hasta el mismísimo océano. Allí los delfines saltaban sobre el mar para oler su aroma, cientos de tortugas llevaban hasta la playa sus huevos, cautivadas por el maravilloso olor de las flores y los cangrejos aprendieron a caminar hacia delante para impregnarse de la fragancia en su caparazón.


Allí en la pradera, las flores no estaban solas. En medio de todo el esplendor de colores y aromas se elevaba un árbol cuyo tamaño superaba con diferencia al resto de sus iguales. En lo más alto de sus ramas, casi rozando las nubes, habitaba una colmena de abejas que desde hacía generaciones fabricaban miel para poder sobrevivir al duro invierno. A veces la miel que les sobraba la depositaban en las oseras para que los pequeños oseznos pudieran lamerla nada más despertarse de su hibernación.

-¡Buenos días doña Violeta!
-¡Buenos días doña Margarita!

Las flores que se encontraban en cercanía siempre se saludaban por la mañana.

-Doña Margarita. Hace una mañana espléndida para que nuestras amigas las abejas vengan pronto a por el néctar.
-Espero que sí acudan doña Violeta. Ayer no pudieron salir por la tormenta. Tengo tanto néctar almacenado que a veces creo que me voy ahogar.
-Yo no permito que una abeja desconocida se lleve mi néctar. Es Carolina quien se encarga de transportarlo. La última vez que permití a otra abeja fue cuando Carolina tuvo una fuerte gripe. Y fue espantoso doña Margarita, esa abeja no sabía cómo extraer el néctar. Es más, me arrojó cera al tallo de mi planta y las hormigas de alrededor se quedaron pegadas.
-¡No me digas! Eso es muy grave. Debes quejarte a la reina de las abejas. Esa obrera tiene que irse a otros quehaceres de su colmena.

En ese mismo instante en la colmena, las abejas se preparaban para otro día de duro trabajo. Cada obrera tenía que hacer su labor ya establecido por orden de la reina. Unas salían a por el néctar, otras depositan la miel en las celdas, y otras se encargan de tapar con cera la miel almacenada.

-¡Carolina, Carolina! ¿Dónde se ha metido esa abeja holgazana?-gritó fuertemente Freddy, el zángano más viejo de la colmena.
-Sigue enferma. Hoy no podrá volar-dijo Susanita, la mejor amiga de Carolina.
-Pues la próxima vez tendré que informar a la reina. Doña Violeta ya se ha quejado de sus ausencias y al final terminará regalando su néctar a otras colmenas.

Freddy salió volando muy enfurecido debía de buscar a una obrera para sustituir a Carolina y sabía que eso pondría de mal humor a doña Violeta.

Al otro lado de la colmena se encontraba la guardería, allí la reina depositaba a las futuras obreras. Otras abejas se encargaban de cuidarlas hasta que pudieran volar. Freddy acudió a la guardería para buscar a la sustituta de Carolina.

-¡Buenos días Freddy! ¿Vienes de visita?-preguntó Adelina, la abeja guardiana.
-Buenos días Adelina. Carolina está enferma y necesito una obrera joven para sustituirla unos días.
-Aún no están listas para volar Freddy. Necesitan unos días más-comunicó Adelina.
-He visto que tienes una nueva ayudanta en la guardería. Esa de ahí-dijo Freddy.
-¿Quién? ¿Rosita? Ella no puede hacer el trabajo de una obrera porque es distinta. No ves que es de color rosa. No es como las demás-comentó Adelina.
-¿Pero puede volar? ¿No?-preguntó Freddy.

-Sí podría volar, pero a Rosita no le está permitido hacer el trabajo de las demás obreras, así lo ordenó la reina-dijo Adelina muy inquieta.
-No te preocupes Adelina. La reina no lo sabrá. Ella siempre está dentro de la colmena y no la verá volar. Además los demás zánganos no dirán nada.
-Creo que no es buena idea Freddy. Las flores de la pradera no dejarán su néctar a una abeja rosa.
-Adelina, no tengo más tiempo para seguir discutiendo contigo. Di a Rosita que se presente en la aerocelda, haremos una prueba de vuelo-ordenó tajantemente el zángano.

Mientras que Freddy y Adelina hablaban, Rosita realizaba sus quehaceres diarios en la guardería. No tenía ni idea de lo que le esperaba.

-¡Rosita, Rosita! Ven. Date prisa-gritó Adelina.

Rosita se acercó caminando con sus patitas hacia Adelina, apenas sabía volar porque en la guardería no hacía falta y muy pocas abejas sabían de su existencia.

-Rosita. Hay un nuevo trabajo para ti. A partir de ahora debes abandonar la guardería. Tienes que ir a la aerocelda, Freddy te está esperando.
-¡Pero si no sé volar! Soy una abeja rosa, todas las obreras se reirán de mí. No soy como la demás, ellas trabajan mejor que yo-dijo temblorosa Rosita.
-Sí, es cierto que no eres como las demás abejas pero seguro que tienes otras cualidades que te harán única. Tienes que descubrirlas, y aquí dentro de la guardería no podrás-dijo Adelina mientras se marchaba.

En la aerocelda, todas las obreras estaban preparadas para echar a volar cuando en ese momento aparece Rosita.
-¡Mirar, mirar chicas! ¡Una abeja rosa!-gritó Susanita.

Todas las abejas miraron asombradas a Rosita.

-Hola a todas. Vengo a ver a Freddy. Me llamo Rosita.
-Creo que te has equivocado, pequeña Rosita. Aquí están las abejas recolectoras de néctar. Tú no eres como nosotras y no sabes volar-dijo una obrera y todas se echaron a reír.

En ese momento apareció Freddy volando.

-¡Qué alboroto es este! Venga, todas a volar que hay que traer el néctar antes de que oscurezca-gritó el zángano muy malhumorado.

Rosita estaba muy asustada. Todo era nuevo para ella. Las abejas que tenía alrededor se burlaron de ella todo el tiempo. Rosita se sentía triste porque estaba convencida que no podría volar y mucho menos extraer el néctar de las flores.
-Buenos días Freddy. Adelina me ha dicho que viniera a la aerocelda y creo que ha habido un error. Yo no sé volar ni recolectar néctar-dijo asustada Rosita.
-Eso son tonterías Rosita. Necesito que sustituyas a Carolina y aprenderás a volar. Te traigo un instructor de vuelo para que practiques hoy mismo y mañana saldrás a la pradera.
-Pero Freddy ¡Eso es imposible! No podré…
-No seas tan pesimista Rosita. Nada es imposible. Con un poco de esfuerzo por tu parte, podrás conseguir lo que quieras.

Durante todo ese mismo día, Rosita intentó echar a volar dentro de la aerocelda. Al principio le fue muy difícil, pero al final del día cuando las obreras regresaron de la pradera pudieron ver a la abeja rosa hacer sus primeros vuelos. Todas se quedaron sorprendidas.

-Vaya, vaya. Parece que la pequeña abejita quiere echar a volar. Pero me temo que no podrá extraer el néctar. Las flores no se lo van a permitir porque no es como nosotras-dijo Susanita burlándose.

Al caer la noche, las obreras se fueron a dormir y no dejaron que Rosita durmiera con ella. La pequeña abeja rosa tuvo que acomodarse dentro de una celdilla reservada para la miel. Su alitas se humedecieron tanto que a la mañana siguiente casi no podía moverlas. Las demás obreras no pararon de burlarse y ella quedó al última en salir a la pradera.

-¡Rosita! ¡Rosita! ¿Por qué no estás volando ya?-gritó Freddy.
-Mis alitas se humedecieron en la noche. No creo que pueda salir hoy-contestó atemorizada.
-¡Paparruchas!-gritó el zángano.

Freddy en ese momento empujó al vacío a Rosita. La abeja cayó de la colmena a gran velocidad sin control alguno. Solo escuchó los gritos del zángano ¡Abre las alas y vuela! ¡No tengas miedo! Rosita veía cómo el suelo se hacía más grande y cerró los ojos.
-¡Ves Rosita como puedes volar!-dijo Freddy.
-No es cierto Freddy. He caído al suelo.

Rosita abrió los ojos, miró hacia abajo y vio que aún quedaba mucho para tocar la superficie, sus alitas se agitaban sin parar. Estaba volando, se mantenía en el aire suspendida y se sintió la abeja más feliz del mundo. Sobrevoló alegre  el gran árbol de su colmena, y por primera vez pudo ver todas las cosas maravillosas que le rodeaban, como la pradera multicolor.

Mientras tanto en la pradera, las abejas obreras estaban extrayendo el néctar de las flores.

-Doña Margarita. Se me está agotando la paciencia. Es el tercer día que no viene Carolina. Y esas malditas hormigas no paran de subir por mi tallo en busca del néctar-se quejó doña Violeta.
-¡Por mis pétalos! Debes comunicarlo ya a la reina-acusó doña Margarita-¡Susanita! Haz el favor de pedir a Freddy que venga inmediatamente.
-Doña Violeta, no se preocupe. Carolina ya tiene una sustituta. Hoy mismo vendrá-afirmó la obrera.-miren por ahí viene-dijo Susanita.
-¡Pero qué me dices! Esa abeja no es como vosotras. Pero si es de color rosa. ¡Susanitaaaaa! ¡Quiero ver a ese zángano ahora mismo!-voceó doña Violeta.

En ese momento Rosita se posó en uno de los pétalos de doña Violeta. En la aerocelda le habían enseñado a volar pero no a extraer el néctar de una flor.

-Hola Susanita. ¡Qué bueno que estás aquí! ¿Me enseñas a extraer el néctar?
-Pero Rosita. ¿Qué haces tú aquí? ¡Verás cómo se entere la reina! Desde luego yo no voy a ser tu cómplice en esta locura. Vete antes de que te vea otra abeja-le dijo Susanita.
-¡Pero si ha sido Freddy quien me ha obligado a venir! No puedo volver sin el néctar.

 Doña Violeta estaba tan enojada que expulsó a la pequeña abeja rosa fuera de sus pétalos. Rosita estaba tan triste  que sus lágrimas cayeron en la corola de otra flor cercana.

-¡Oye abejita rosa! Ven aquí, acércate. Me llamo Liria. ¿Por qué esa llorera?-dijo la flor.
-Doña Violeta no me deja extraer su néctar y Susanita no me ayuda porque soy diferente al resto de las obreras-balbuceó Rosita.
-Pero si aquí somos todas diferentes. ¡Qué tontería más grande! No hagas caso de esa vieja flor cascarrabias. Ven, yo te daré mi néctar.

Doña Liria enseñó a Rosita a extraer su néctar y al atardecer regresó a la colmena repleta de la sustancia mágica. Fue Rosita misma quien la depositó en las celdillas y al día siguiente todas las abejas quedaron asombradas cuando comprobaron que la miel era de color rosa, como Rosita.

-¿Pero qué diablos ha pasado? ¡La miel es de color rosa!-gritó Freddy.

El zángano comió la miel rosa y su sabor era tan maravilloso que no paró de relamerse hasta las antenas. Felicitó a Rosita por su excelente trabajo y la reina también. Pronto corrió la voz por toda la colmena y Rosita se hizo famosa. Nunca más se burlaron de ella.

Pocos días después, miles de abejas de otras colmenas vecinas se acercaron para ver la miel rosa y fueron tantas las que vinieron que el enjambre se podía ver a cientos de kilómetros a la redonda. Los apicultores de la zona extrañados por tanta aglomeración de abejas se aproximaron a la colmena y vieron que era de color rosa. Muy sorprendidos de su color no dudaron en llevar la miel a todos los comercios de la región. 

En cuestión de pocos meses la miel rosa fue conocida en todo el mundo y Rosita aprendió la lección que no importa ser diferente ni tener limitaciones pues uno debe valorar sus capacidades para ser feliz en la vida.

Desirée Vergaz

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