Hace pocos días vi la
película Lope, representación de la juventud e inicios de nuestro gran poeta y dramaturgo
del siglo de oro español, Lope de Vega. Este largometraje es una gran
oportunidad de recordar y de no olvidar a este “Félix de los ingenios y
monstruo de la naturaleza” como escribió el mismísimo Cervantes y que cuya obra
fue tan intensa como su vida. Escribió más de mil comedias y sonetos. Pero su
obra no quedó sólo es lo meramente escrito sino también en su propia
descendencia. De la docena de hijos que tuvo legítimos e ilegítimos, Lope
concibió en “pecado” a una hija llamada Marcela, también dramaturga y poeta
como su padre. Esta bastarda fue nacida en Toledo fruto de una relación
adúltera que tuvo Lope con una mujer casada. Nunca reconoció a su hija legítimamente
pero en cambio sí lo hizo con el hermano de Marcela, nacido posteriormente de
la misma mujer adúltera. Al morir la esposa de Lope, fueron los hermanos
llevados a Madrid junto al resto de su descendencia. Allí Marcela a la temprana
edad de dieciséis años decidió correr mejor suerte al ingresar como monja en el
respetado convento de la Trinitarias en Madrid, lugar donde se dio sepultura
secreta a Cervantes. Su decisión de formar parte de la vida religiosa la alejó
de “la carga” de ser hija bastarda y de los desvaríos de su propio padre.
Fue la monja más culta del
convento, escribió un puñado de poemas, seis obras de teatro, una biografía de una
madre del convento y cinco cuadernos con más de mil páginas de los cuales sólo
se conserva un cuaderno ya que su propio confesor le ordenó quemar el resto
sospechando de ser una mujer demasiado inteligente para la época y que los
temas humorísticamente tratados eran demasiado picantes.
Seguramente muchos de
nosotros no sabíamos de la existencia de esta mujer, y como de muchas otras
artistas que han estado y están aún bajo la sombra de una estúpida tradición machista
o más bien diría del miedo natural que ha sentido y siente el hombre hacia las
féminas que de un pecho amamantan al bebé y del otro nutren de arte y de
ingenio el hueco siempre eterno que todo artista ansía colmar ahogando la
ignorancia pétrea. Es pues de mi grata sorpresa que haya topado casualmente con
esta gran mujer desconocida y de tener el gran honor de dedicarle estos versos;
Naciste bajo pecado, aunque en vida simpecado,
Hiciste inmortales versos al mortal aciago,
Burlaste con disfraz pensamiento castrado,
Amaste el destierro en calabozo abandonado y
Moriste en celestial estado.
Desirée
Desirée
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