Relato digital "Europa Uno"
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Europa Uno
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lunes, 13 de julio de 2015
domingo, 22 de marzo de 2015
E.V.A -51
Cuatro astronautas íbamos a sustituir a la
anterior expedición durante seis largos meses en total ingravidez. Las tareas
diarias ya estaban meticulosamente organizadas; dos ingenieros (Mike y yo) se ocuparían
del mantenimiento de la estructura y dos científicos (Rosalía y Balark) de los
experimentos.
Durante la primera semana tuvimos que
realizar una salida al exterior para sustituir un panel solar que había sido
fragmentado por micrometeoritos.
-¡Chicos! Disponéis de 6h ahí fuera. El
pronóstico de radiación solar se mantiene estable, por ahora-confirmó Rosalía
desde la sala de comunicaciones.
En el exterior observaba los patosos
movimientos de Mike retirando el panel de los anclajes.
-¡Mike! Menuda perturbación atmosférica
que se está formando en Asia. Su diámetro es gigantesco-comenté mientras
desenroscaba el último tornillo del panel solar.
-Es época de Monzón por lo que se
ve-afirmó Mike.
-El panel está hecho añicos. No se podrá
reutilizar ni para la reposición de piezas-comenté. Lo mejor será dejar que la
gravedad de la Tierra lo arrastre y que se desintegre en la atmósfera.
-Estoy de acuerdo. Control de Misión
decidirá.
Una vez confirmada la autorización desde
superficie, soltamos todos los anclajes del panel y quedamos observando su
trayectoria de caída libre hacia la Tierra.
Regresamos
al interior de la Estación; la radiación se acercaba a niveles peligrosos. La escotilla
de la cabina de presurización se encontraba abierta y preparada para
introducirnos cuando Rosalía nos informó de un problema.
-¡Mike!
¡Diana! ¿Me copiáis?-preguntó con tono de preocupación Rosalía.
-¡Te
copiamos! ¿Qué ocurre?-dije.
-Creo
que falla la antena de comunicaciones. Control de Misión no responde-afirmó. Echad
un vistazo. Aún os queda 30 minutos de E.V.A.
-¡Afirmativo!
¿Y qué pasa con la radiación?
-Balark
girará unos grados la Estación para cubriros durante unos minutos del viento solar.
Utilizar las mochilas de propulsión para daros impulso.
Mike
y yo flotamos en paralelo a tan sólo unos metros del Laboratorio Destiny cuando
recibimos un fuerte impacto electromagnético. Las mochilas dejaron de funcionar
al instante y sin anclajes, quedamos alejados de la estructura.
-¡Mierda!
¿Qué diablos ha pasado?-grité-.Rosalía no responde.
-Ha
debido ser una descarga electromagnética y desde luego no ha sido solar, la
Estación nos aísla. Quizás restos de rayos gamma de una supernova. La antena
estará frita-afirmó Mike.
-¡Genial!,
y ahora qué narices hacemos. Hay mucha distancia hasta los amarres de
seguridad.
-Utilizaremos
las pistolas de los trajes. Contienen varios metros de cable. Mi posición
respecto a la ISS es más alejada que la tuya. Dispararé mi cable para
engancharme a ti, y tú apunta bien al Destiny-ordenó Mike.
Mi
compañero me alcanzó a la primera. Ahora me tocaba a mí. Si fallaba en unos
centímetros, Control de Misión vería dos puntitos alejarse de la Estación y
adiós. Moriríamos en menos de una hora asfixiados.
Mientras
apuntaba al blanco, ocurrió algo que no estaba al alcance de las leyes físicas
conocidas. La ISS comenzó a estirarse como un Spaghetti, atraído aparentemente por una fuerza de gravedad
descomunal. Disparé antes de que la estructura se alejara más de nosotros. Se
enganchó, pero el violento tirón partió el alambre de Mike. La muerte quedó
reflejada en su rostro mientras salía disparado hacia el espacio exterior.
A
mí alrededor la luz y el espacio se distorsionaban, pero la Tierra seguía en el
mismo lugar. Todo apuntaba a que la Estación había penetrado en un agujero de
gusano, o puente de Einstein-Rosen.
-¡Diana! ¿Me copias?-transmitió Rosalía.
-Te copio. He perdido a Mike.
-Lo sé. No podemos hacer nada por él. Viajamos a una
velocidad cercana a la luz. Deberíamos estar muertos. Ahora, dirígete a la
plataforma de experimentos científicos, Balark te introducirá en la Estación.
El
caos visual continuaba a nuestro alrededor. La Tierra, en el mismo lugar, sin
cambios. Me preguntaba si el otro extremo del gusano nos conduciría a un
universo paralelo. Pero, ¿Cómo sería posible estando nuestro planeta ahí
estático?
-¡Balark!
¿Me copias? Estoy a dos metros de la plataforma. Espero tus instrucciones-dije.
-Te
copio. Voy a utilizar el módulo como cabina de presurización improvisada, de
este modo una vez dentro podrás adaptarte sin riesgo a la presión del la
Estación.
Por
fin me encontraba dentro. Aún no podía quitarme el casco, la presión seguía
descompensada. Balark me esperaba en el laboratorio JEM, anexo a la plataforma.
-¡Balark!
La presión se ha igualado. Abre la escotilla, yo no puedo. ¿Me oyes?-grite.
Balark
no respondía. Posiblemente también fallaban las comunicaciones a bordo. Rosalía
tampoco contestaba. Me despojé del traje espacial. Las paredes de la plataforma
estaban condensadas debido a la vaporización de los líquidos de los
experimentos; la presión cambió su estado. Provoqué un cortocircuito para que
el acceso al laboratorio JEM se abriera, y de repente me quedé sin aliento al ver
que el cuerpo de Balark flotaba sin rumbo por el módulo. Me acerqué y Balark
era un esqueleto. ¡Pero qué diablos había ocurrido! Yo no soy una experta en
anatomía forense, pero desde luego Balark llevaba muerto mucho tiempo.
Decidí
buscar a Rosalía en la sala de comunicaciones. Tras varios
minutos de búsqueda no di con ella. Ahora mi única opción de saber lo
que estaba ocurriendo sería a través de las cajas negras donde se había
registrado toda actividad de la ISS.
Balark
se había suicidado tras ingerir productos tóxicos del laboratorio JEM. Anotó en
un block de notas los múltiples intentos de rescatarme desde el exterior, le
llevó varios años. El agujero de gusano había dilatado el tiempo en el interior
de la ISS. Para mí sólo fueron unos minutos.
Rosalía
tras el suicidio de Balark, decidió probar suerte abandonando la Estación con
la nave Soyuz para intentar atravesar el agujero en dirección a la Tierra.
Se desconoce su paradero.
Aproximadamente
habían transcurrido un par de horas desde que comenzara esta odisea temporal.
El reloj de mi traje era solar, por lo tanto no fue alterado tras la descarga
electromagnética. Floté hasta la cabina de observación, miré al exterior y todo
parecía haber vuelto a la normalidad. La ISS había salido del agujero de
gusano.
Un
objeto se aproximó a la ISS a una velocidad constante. Se trataba de una
astronave proveniente de la Tierra. Su diseño era muy distinto a las naves
espaciales convencionales. Tras realizar un reconocimiento exterior de la
Estación con una especie de rayo láser, se acopló.
Un
astronauta penetró en la Estación y se encaminó a la sala de comunicaciones
donde me encontraba. Quedé impactada cuando comprobé que era Rosalía.
-¡Hola
Diana! ¿Cómo te encuentras?-preguntó Rosalía.
-¿Cómo
es posible? Has sobrevivido-dije asombrada.
-No
soy la misma Rosalía que tú conociste hace 900 años. Ella fue rescatada de la Soyuz
sin vida. Fue criogenizada para este posible encuentro en el futuro, y así
fuese menos impactante para ti. La Estación Espacial Internacional desapareció
en 2015 sin explicación, por entonces no había un desarrollo tecnológico lo
suficientemente avanzado como para averiguar el motivo. Cientos de años después
un eminente científico construyó un aparato capaz de visualizar la perturbación
espacio temporal que se tragó a la ISS. Mantuvimos la esperanza durante casi
1000 años de encontrar un superviviente, y se ha cumplido.
Han transcurrido unos meses desde que fui rescatada.
Ahora Marte es mi nuevo hogar, y el Monte Olimpo el cuadro que decora su
exterior.
Desirée
jueves, 5 de febrero de 2015
Una gota de agua
Una gota de agua es lo que soy ahora, y lo que he sido
durante millones de años. Al principio fui de hielo y viajaba sobre una enorme
roca a miles de kilómetros por hora, atravesando el espacio sin órbita
definida. Durante cientos de años, la única gravedad que me arrastraba era la
de mi propio vehículo rocoso, en la parte sombría, donde casi nunca se
reflejaba el Sol y que por suerte o por desagracia, me mantuvo sólida.
Continué viajando durante mucho más tiempo, aún hoy no
puedo recordar nada anterior a ese viaje galáctico, pero sí la belleza que me
rodeaba; enormes esferas de distintos tamaños y colores que se cruzaban en mi
viaje espacial. En una de ellas orbité alrededor de sus majestosos anillos de
hielo. Su fuerza de gravedad era tan brutal, que la roca en la que viajaba no
pudo escapar durante unos pocos millones de años hasta que un fuerte impacto
nos alejó de ella.
El tiempo y las distancias en el espacio eran tan
enormes que durante largas épocas, la oscuridad y la soledad eran mis únicas
compañeras de viaje. Nuevamente comencé a sentir una fuerza casi idéntica a la
que nos unió a aquella maravillosa esfera anillada. Dicha atracción daba a
suponer que se trataba de otra esfera. Efectivamente, pude observar en el
horizonte de la base de la roca, una esfera anaranjada, pero sin anillos. Los
cambios no sólo eran evidentemente físicos en aspecto, sino también en su
fuerza de atracción hacia ella, que resultaba ser inimaginable. Nos acercábamos
a una velocidad muy superior en comparación a nuestra anterior visita. Fue
entonces, cuando pude comprender dos pensamientos totalmente nuevos para mí.
Uno de éstos fue poder sentir la familiaridad de una fuerza gravitatoria ajena
a mi roca; indicándome la proximidad a un nuevo objeto esférico. El segundo fue
la fuerza de aceleración hacia dicho objeto que aumentaba en proporción a su
tamaño.
Estos pensamientos fueron los primeros que tuve en mi
consciencia como gota de agua que viajaba sin control a deriva, sin tiempo.
La esfera, en la que me encontraba orbitando por
segunda vez en mi larga vida, era mucho mayor e imponente que la anterior. A su
alrededor, no orbitaban anillos, pero sí pequeñas esferas muy distintas unas de
otras; las había de fuego, otras de hielo. Pensé que si estas pequeñas esferas
llevaban millones de años orbitando alrededor de la grande, sin poder escapar
de su enorme atracción, a mí me sería prácticamente imposible liberarme de su
órbita, debido al corto tamaño de mi medio de transporte.
Fui pesimista durante otro pocos millones de años, más
o menos todo el tiempo que estuve alrededor de esta inmensa esfera que me
observaba con su ojo rojo tormentoso. Deseaba una y otra vez que algo nos
impactara como ocurrió en los anillos, pero no había nada alrededor nuestro,
hasta que un fogonazo de años luz de distancia, iluminó los alrededores de esta
esfera impulsándonos fuera de su órbita como un tirachinas. Mi roca comenzó a
viajar a su mayor velocidad, mientras que en su horizonte rocoso, veía la
esfera anaranjada cada vez más menuda. Al poco de aquel acontecimiento
inesperado, nos acercamos desbocados a un enjambre de millones de rocas como la
mía, de distintos tamaños, impactando una y otra vez contra ellas.
Observé que dicha colonia de rocas también poseía su
propia órbita pero no había cuerpo esférico como en las anteriores ocasiones.
Después de varios impactos sin importancia contra éstas, disminuimos de
velocidad y nos alejamos nuevamente al espacio vacío y sombrío.
Otra vez mis viejas amigas me hicieron compañía hasta
que fue interrumpida de nuevo por la familiaridad de otra fuerza. La nueva
esfera era mucho más pequeña que la anterior. Eso me alivió sobremanera; tras
mis experiencias pasadas que me fueron indicando el camino de las conjeturas. Y
se cumplieron tal y como yo predije, a pesar de mi banal forma de gota de agua.
Rozamos la proximidad de dicha esfera sin apenas atracción gravitacional, pero
a una distancia suficiente para poder observar con claridad que parte de su
superficie era de color azul, del mismo color del que estoy hecha yo. En
cambio, en el otro extremo de esta esfera su aspecto parecía más inhóspito,
árido, de color rojizo. Era evidente que algo le estaba sucediendo y que con el
tiempo su color azul iría desapareciendo.
Proseguí mi viaje sin mirar atrás porque algo nuevo me
atrajo la atención. Una pequeña lucecita azul se asomaba con timidez sobre la
superficie de mi roca que comenzaba a calentarse conforme nos dirigíamos hacia
el Sol. No me sorprendió que casualmente, volviera la ya familiar gravedad que
nos arrastraba directamente hacia la lucecita azul. Era pues, evidente que se
trataba de otra esfera mucho más celeste que la anterior; conforme nos
acercábamos hacia ella.
Entonces ocurrió algo inesperado. No orbitamos
alrededor de ella sino que fuimos directamente a sus entrañas. Nunca sentí
tanto miedo en mi dilatada vida, me aventuraba a lo desconocido ¿Qué sucederá?
No tenía referencias anteriores sobre este acontecimiento. Estaba perdida, lo
único que podía hacer era aferrarme a mi roca madre tanto como pude, y esperar.
Mientras descendíamos noté cómo disminuíamos de
velocidad, aunque esta vez las fuerzas no eran gravitacionales. Algo nos
frenaba y nos quemaba. Ya no había oscuridad ni frío. Mi roca madre, se
convirtió en una bola de fuego que se iba consumiendo poco a poco, mientras que
mi estado sólido se iba transformando en un estado más ligero, un estado que no
recordaba haber sido, con un movimiento de vaivén. Mi reminiscencia en el
momento del impacto fue nula, pero sí fue evidente una vez en la superficie.
Ya no estaba adherida a mi roca madre, ahora la
gravedad que me mantenía sujeta, era la propia esfera azul. Comprendí que sería
quizás para siempre mi esfera madre. Allí permanecí durante miles de millones
de años, cambiando continuamente de estado; a sólida, líquida y vaporosa, una y
otra vez, cíclicamente junto a billones de mis homólogas. Se trataba de otra
forma de viajar, pero siempre en el mismo lugar, en esta esfera azul, siendo
testigo de cientos de acontecimientos que fueron moldeando esta enorme roca
para bien y para mal, surgiendo formas de vida que jamás pude imaginar y
sabiendo que, nosotras las gotas de agua, fuimos y somos, las causantes de esta
explosión de complejidad biológica que quizás no sólo esté presente en esta
pequeña esfera azul, sino también en el universo de donde provengo.
Desirée
sábado, 31 de enero de 2015
Proximus
Era la última de una selecta lista de científicos
que se habían unido a la base de investigación española en la Antártida, en isla
Livingston. Tras varios días de viaje en el Buque de Investigación
Oceanográfico Hespérides, donde las fuertes corrientes marinas nos habían
desplazado de la ruta habitual, llegamos a la isla con dos días de retraso.
En
el minúsculo camarote donde me alojé durante mi corta estancia, aún se
encontraba la maleta a medio deshacer quizás debido en parte, a la negación de
mi subconsciente de abandonar Madrid precipitadamente. Sólo una semana antes me
encontraba en la sala de conferencias de un prestigioso hotel de la capital,
defendiendo mi candidatura para obtener una beca como bióloga marina en la base
Livingston. Los resultados de dos años de esfuerzo darían su verdadera cara
ante el comité de selección que aguarda deseoso experimentar la gravedad de la
guillotina al caer sobre su próxima víctima. Los cadáveres de mis contrincantes
se agolpaban en la recepción de hotel, cuyos rostros no se manifestaban nada
halagüeños. En un instante, me vi engrosando nuevamente la cola del paro
juvenil y solicitando una vez más a la funcionaria de turno que volviera a inscribirme en la próxima investigación
gubernamental.
La gran línea blanca que se dibujaba en el
horizonte azul un día antes de nuestra llegada, se había transformado en una
enorme extensión helada de 15 grados bajo cero. Comencé poco a poco a
experimentar la cruda realidad que me esperaba para los próximos seis meses de
aislamiento. Un jeep viejo y destartalado me recogió en el pequeño puerto de la
isla para llevarme directamente a la base. Durante el trayecto el conductor de
vehículo, no desaprovechó ni un segundo para interrogarme sobre las últimas
novedades que reinaban en la gran urbe de Madrid. Era pues obvio, que la incomunicación
que se respiraba en aquel lugar, estaba tan arraigada como los desiertos de hielo
que se extendían por todas direcciones.
La bandera española ondeaba tímidamente sobre la base y en su exterior, se podía apreciar los típicos preparativos de inicio de una nueva temporada de investigación. Los miembros aún se encontraban organizando la asignación de tiendas y horarios de trabajo para los equipos científicos. Mi bienvenida brilló por su ausencia aunque era de esperar; una becaria mocosa recién salida de horno universitario no despertaba mucho interés más que para ser la chica del café de algunos lobos solitarios que había dedicado décadas a la investigación. Tras este primer análisis de la realidad que me rodeaba di por sentado que la edad y los años de experiencia marcaban el rango para la adjudicación de las tiendas.
Al amanecer de que cada día, me desplazaba a diferentes zonas de la costa para extraer muestras y analizar los posibles restos biológicos, en el laboratorio de la base. Tras varias semanas de exploración, diversos kilos de sedimentos y rocas se agolpaban en el almacén de muestras sin hallar nada lo suficientemente relevante que destacara de las gráficas y estadísticas que investigadores anteriores de la isla, habían indicado en su estudios. Una mañana, inusualmente soleada, al llegar a un área de escasa exploración, observé una pequeña roca de unos 20 centímetros de tamaño, cuya textura de su superficie apuntaba la posibilidad de ostentar restos fosilizados.
Después de varias horas de análisis en el laboratorio descubrí residuos biológicos utilizando el microscopio electrónico de barrido, la niña bonita de cualquier científico. Una de las características destacadas del aparato, es su alta resolución de imagen facilitando un amplio campo de observación. Las células encontradas en el fósil no presentaban actividad ninguna, pero sí conservaban su morfología intacta. Las células, que son las estructuras más pequeñas que pueden sobrevivir por sí mismas en un medio, parecían poseer una mayor complejidad de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo, inusual en una célula ordinaria. Dichos átomos, en condiciones normales, se unen formando moléculas vivas que pueden alcanzar una estructura unicelular capaz de acoplarse con otras células y formar organismos completos, como pueden ser órganos, tejidos, etc. Pues bien, la cantidad de átomos era desproporcional comparada con una célula corriente que se desarrolla con normalidad en un hábitat como la Tierra. La única explicación coherente era que el procedimiento de su análisis estaba siendo erróneo. Que una célula con esas características ser hubiera adaptado a nuestro medio natural, sería poner patas arriba la teoría de la evolución de las especies de Darwin.
Tras realizarse la prueba del carbono 14, método
para averiguar la antigüedad del fósil, se determinó que tenía aproximadamente
65 millones de años, último periodo de la Era Mesozoica o conocida por la era
de los grandes reptiles o dinosaurios. La complejidad de dichas células sólo se
podrían dar en seres inteligentes y las formas de vida de aquel primitivo
periodo no albergan animales con semejante grado de evolución. ¿Qué estaba
sucediendo? Más de doscientos años de investigación biológica quedarían
apartados de un manotazo si lo que tenía ante mí fuera el resultado de un salto
evolutivo independiente al nuestro. La línea de investigación que estaba
llevando a cabo no me aclaraba en absoluto mis dudas sobre el origen del fósil,
debía ir más lejos. Basándome en los resultados de su antigüedad, sabía que por
aquel periodo sucedió un acontecimiento apocalíptico que condujo a los
dinosaurios a su extinción masiva. El descubrimiento en los años ochenta de un
enorme cráter cuyo diámetro marcaba una extensión de casi doscientos kilómetros,
fue provocado por un colosal asteroide que impactó cerca del Golfo de México. La
desaparición de los reptiles gigantes se consumó en menos de un año, junto con
el 90 por ciento de la vegetación del momento.
De algún modo, debía relacionar dicho desastre con
el fósil encontrado. Pero ¿cómo podía justificar la evolución de los restos
celulares hallados tras el impacto del asteroide?
Regresé a Madrid tras finalizar mi beca y sin
resultados aclaratorios, la investigación se canceló por falta de financiación,
según el departamento de biología de mi universidad. Resultaba un tanto
extraño, no sólo el hecho de que no se prestara ninguna atención de aquel fósil,
sino también la cortina de humo que comenzaba a nublar el destino del mismo. La
burbuja conspiranoica del departamento de biología estalló cuando el propio
rector de la universidad, tras una charla altamente cargada de patriotismo, me
invitó amablemente a que le entregara todos los datos que había almacenado
durante mi investigación en la isla y recordándome a su vez, que el documento
de confidencialidad que había firmado previamente a mi viaje al ártico, era una
prueba sustancial condenatoria si decidiera vender al mejor postor la
información como si se tratara de una vulgar mercenaria.
Esta cadena de acontecimientos sólo era la punta de
un iceberg muy opaco que desde luego no pretendía ignorar después de haber
dedicado mis últimos seis meses de esfuerzo bajo condiciones infrahumanas.
Decidí averiguar en solitario qué o quienes encubrían este hallazgo que podría
cambiar la historia de la evolución de la vida de nuestro planeta. La
documentación fue entregada al rector pero sin antes haber realizado una copia
de todo. Hasta el momento, lo único que estaba claro era que las células halladas
en el fósil, contenían un alto porcentaje de átomos que no podían explicarse en
nuestra biosfera y tampoco en aquel fatídico asteroide, ya que en el momento de
su impacto, se volatilizó absolutamente todo en un radio de cuatrocientos
kilómetros. Por lo tanto el fósil se hubiera desintegrado.
El olor pútrido que emanaba de una red de
alcantarillado cercano, me hizo despertar en un lugar totalmente desconocido
para mí. La habitación sin ventanas donde me encontraba, tenía un aspecto
sospechoso de sala de interrogaciones, que alguna organización secreta había
estado utilizando por las huellas estampadas en las paredes. Sentí un fuerte
dolor de cabeza causado por un golpe intencionado que probablemente recibí
estando en mi apartamento. Una mujer vestida de ejecutiva de unos cincuenta
años, se encontraba al otro extremo de la habitación presentándose como agente
especial CIA, agencia central de inteligencia
de los Estados Unidos. Hablaba el idioma castellano a la perfección y me
indicó que en breve iba a ser trasladada a Suramérica a unas instalaciones del
gobierno norteamericano. Estaban esperando a que la administración española,
les facilitara un pasaporte para poder viajar con total legalidad. La mujer no
mostró ninguna colaboración por su parte a pesar de mi insistes preguntas sobre
si tenía relación mi detención con el hallazgo del fósil.
Puerto Rico era mi próximo e intrigante destino. Cuando nos estábamos aproximando a las instalaciones altamente protegidas, por fin comencé a ver luz al final del túnel. Se trataba de la base de investigación que la NASA había estado patrocinando durante décadas para el programa SETI, búsqueda de inteligencia extraterrestre. Una vez traspasado varios controles de seguridad y ser grabada por multitud de cámaras de vigilancia, un grupo de investigadores de la NASA y varios miembros del gobierno norteamericano, me informaron que el fósil hallado en las costas árticas eran restos de un ser inteligente que había estado sobre la superficie de la Tierra en el momento del impacto de asteroide y que probablemente, se trataba de un único ejemplar de su especie. La teoría más acertada fue que dicha especie inteligente, proveniente de otra galaxia, estuvo recogiendo muestras en nuestro planeta lleno de vida poco antes del impacto. Predijeron la posibilidad de que dicho asteroide acabara con la vida total de la Tierra y no dudaron en llevase especímenes antes del desastre.
¡Vaya pensé! Parecía irónico creer que el fósil encontrado
era un científico como yo, pero extraterrestre. Sus congéneres debieron
olvidarse de este individuo en el momento del Armagedón, quedando petrificado
al instante. Pero ¿cómo podían haber descubierto la NASA tanta información de
mi fósil en tampoco tiempo? Por lo visto, no fue el único hallado, hubo más y
todos del mismo sujeto. Entonces, si supuestamente estos seres intergalácticos
se llevaron muestras biológicas de nuestro mundo, cabe la posibilidad que parte
de nuestro ADN se encuentre por ahí perdido en el universo.
Esta última conjetura teórica despertó nerviosismo en
algunos miembros que me rodeaban. Tras varios minutos de comentarios acalorados,
me condujeron a otra estancia del edificio mucho más restringida. Una vez allí
comentaron que hacía pocos años una señal inteligente, proveniente de una
distancia de aproximadamente 4 años luz, en el sistema estelar Alfa Centauri,
fue interceptada por SETI con gran amplitud de ondas de radio. Se trataba de unos
seres inteligentes con una evolución tecnológica parecida a la nuestra, es más,
y de aspecto casi idéntico a nuestro. Su información genética nos la enviaron a
través de la señal y dedujimos que los seres que visitaron nuestro planeta hace
65 millones de años, dejaron las muestras de la Tierra en dicho sistema, evolucionando paralelamente a nuestra
especie. Ahora nuestros parientes galácticos desean compartir su existencia con
nosotros y hasta que no estemos preparados debemos ser prudentes.
Era noche despejada en Madrid, y los niveles de
contaminación habían marcado valores bajos durante todo el día. Desembalé mi
nuevo telescopio, y busqué la ubicación de Alfa Centauri, en la constelación de
Centauro, imaginándome que alguien parecido a mí estaba también observando y
sonreí.
Desirée
Desirée
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