jueves, 5 de febrero de 2015

Una gota de agua

Una gota de agua es lo que soy ahora, y lo que he sido durante millones de años. Al principio fui de hielo y viajaba sobre una enorme roca a miles de kilómetros por hora, atravesando el espacio sin órbita definida. Durante cientos de años, la única gravedad que me arrastraba era la de mi propio vehículo rocoso, en la parte sombría, donde casi nunca se reflejaba el Sol y que por suerte o por desagracia, me mantuvo sólida.

Continué viajando durante mucho más tiempo, aún hoy no puedo recordar nada anterior a ese viaje galáctico, pero sí la belleza que me rodeaba; enormes esferas de distintos tamaños y colores que se cruzaban en mi viaje espacial. En una de ellas orbité alrededor de sus majestosos anillos de hielo. Su fuerza de gravedad era tan brutal, que la roca en la que viajaba no pudo escapar durante unos pocos millones de años hasta que un fuerte impacto nos alejó de ella.

El tiempo y las distancias en el espacio eran tan enormes que durante largas épocas, la oscuridad y la soledad eran mis únicas compañeras de viaje. Nuevamente comencé a sentir una fuerza casi idéntica a la que nos unió a aquella maravillosa esfera anillada. Dicha atracción daba a suponer que se trataba de otra esfera. Efectivamente, pude observar en el horizonte de la base de la roca, una esfera anaranjada, pero sin anillos. Los cambios no sólo eran evidentemente físicos en aspecto, sino también en su fuerza de atracción hacia ella, que resultaba ser inimaginable. Nos acercábamos a una velocidad muy superior en comparación a nuestra anterior visita. Fue entonces, cuando pude comprender dos pensamientos totalmente nuevos para mí. Uno de éstos fue poder sentir la familiaridad de una fuerza gravitatoria ajena a mi roca; indicándome la proximidad a un nuevo objeto esférico. El segundo fue la fuerza de aceleración hacia dicho objeto que aumentaba en proporción a su tamaño.
Estos pensamientos fueron los primeros que tuve en mi consciencia como gota de agua que viajaba sin control a deriva, sin tiempo.
La esfera, en la que me encontraba orbitando por segunda vez en mi larga vida, era mucho mayor e imponente que la anterior. A su alrededor, no orbitaban anillos, pero sí pequeñas esferas muy distintas unas de otras; las había de fuego, otras de hielo. Pensé que si estas pequeñas esferas llevaban millones de años orbitando alrededor de la grande, sin poder escapar de su enorme atracción, a mí me sería prácticamente imposible liberarme de su órbita, debido al corto tamaño de mi medio de transporte.
Fui pesimista durante otro pocos millones de años, más o menos todo el tiempo que estuve alrededor de esta inmensa esfera que me observaba con su ojo rojo tormentoso. Deseaba una y otra vez que algo nos impactara como ocurrió en los anillos, pero no había nada alrededor nuestro, hasta que un fogonazo de años luz de distancia, iluminó los alrededores de esta esfera impulsándonos fuera de su órbita como un tirachinas. Mi roca comenzó a viajar a su mayor velocidad, mientras que en su horizonte rocoso, veía la esfera anaranjada cada vez más menuda. Al poco de aquel acontecimiento inesperado, nos acercamos desbocados a un enjambre de millones de rocas como la mía, de distintos tamaños, impactando una y otra vez contra ellas.

Observé que dicha colonia de rocas también poseía su propia órbita pero no había cuerpo esférico como en las anteriores ocasiones. Después de varios impactos sin importancia contra éstas, disminuimos de velocidad y nos alejamos nuevamente al espacio vacío y sombrío.

Otra vez mis viejas amigas me hicieron compañía hasta que fue interrumpida de nuevo por la familiaridad de otra fuerza. La nueva esfera era mucho más pequeña que la anterior. Eso me alivió sobremanera; tras mis experiencias pasadas que me fueron indicando el camino de las conjeturas. Y se cumplieron tal y como yo predije, a pesar de mi banal forma de gota de agua. Rozamos la proximidad de dicha esfera sin apenas atracción gravitacional, pero a una distancia suficiente para poder observar con claridad que parte de su superficie era de color azul, del mismo color del que estoy hecha yo. En cambio, en el otro extremo de esta esfera su aspecto parecía más inhóspito, árido, de color rojizo. Era evidente que algo le estaba sucediendo y que con el tiempo su color azul iría desapareciendo.

Proseguí mi viaje sin mirar atrás porque algo nuevo me atrajo la atención. Una pequeña lucecita azul se asomaba con timidez sobre la superficie de mi roca que comenzaba a calentarse conforme nos dirigíamos hacia el Sol. No me sorprendió que casualmente, volviera la ya familiar gravedad que nos arrastraba directamente hacia la lucecita azul. Era pues, evidente que se trataba de otra esfera mucho más celeste que la anterior; conforme nos acercábamos hacia ella.
Entonces ocurrió algo inesperado. No orbitamos alrededor de ella sino que fuimos directamente a sus entrañas. Nunca sentí tanto miedo en mi dilatada vida, me aventuraba a lo desconocido ¿Qué sucederá? No tenía referencias anteriores sobre este acontecimiento. Estaba perdida, lo único que podía hacer era aferrarme a mi roca madre tanto como pude, y esperar.
Mientras descendíamos noté cómo disminuíamos de velocidad, aunque esta vez las fuerzas no eran gravitacionales. Algo nos frenaba y nos quemaba. Ya no había oscuridad ni frío. Mi roca madre, se convirtió en una bola de fuego que se iba consumiendo poco a poco, mientras que mi estado sólido se iba transformando en un estado más ligero, un estado que no recordaba haber sido, con un movimiento de vaivén. Mi reminiscencia en el momento del impacto fue nula, pero sí fue evidente una vez en la superficie.

Ya no estaba adherida a mi roca madre, ahora la gravedad que me mantenía sujeta, era la propia esfera azul. Comprendí que sería quizás para siempre mi esfera madre. Allí permanecí durante miles de millones de años, cambiando continuamente de estado; a sólida, líquida y vaporosa, una y otra vez, cíclicamente junto a billones de mis homólogas. Se trataba de otra forma de viajar, pero siempre en el mismo lugar, en esta esfera azul, siendo testigo de cientos de acontecimientos que fueron moldeando esta enorme roca para bien y para mal, surgiendo formas de vida que jamás pude imaginar y sabiendo que, nosotras las gotas de agua, fuimos y somos, las causantes de esta explosión de complejidad biológica que quizás no sólo esté presente en esta pequeña esfera azul, sino también en el universo de donde provengo.  

Desirée



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