Era
de noche en la cabaña del leñador y como de costumbre, éste se preparaba una
sopa caliente antes de acostarse. Durante el día había estado cortando leña y
los escasos rayos de luz que atravesaban tímidamente las nubes oscuras, le
habían ayudado almacenar gran cantidad de madera para calentar su hogar.
Amaba
estar en solitario. La tranquilidad que le rodeaba llenó su larga vida de
felicidad, aunque en ocasiones muchos de sus vecinos se burlaban del él. Pensaban que su cabaña estaba
embrujada desde que dio morada a una anciana del lugar, la cual fue despojada
de su casa porque unos hombres muy poderosos de la aldea decidieron construir
en sus tierras una carretera. Como las antepasadas de la anciana tuvieron fama
de haber sido brujas y hechiceras, nadie en la aldea la quiso acoger, pero el
leñador, sabiendo lo triste que se sentía como a él mismo le ocurría, le invitó
a quedarse en su cabaña hasta que la anciana ser marchó al reino de los cielos.
Durante
su corta estancia con el leñador, la anciana que era muy sabia, un día le
confesó que él era un hombre muy rencoroso y desconfiado con la gente, y que no
debía nunca de actuar de ese modo porque era así como los habitantes de su
aldea se comportaban con él y no debía hacer lo mismo. Por eso, antes de irse
la anciana a su viaje eterno, echó un conjuro al leñador haciéndose realidad el
día en que él mismo no sintiera lástima por las gentes de su comarca, pero el
leñador sin darse cuenta y desde hacia mucho tiempo, dejó de sentir compasión
por ellos.
Las
luciérnagas estaban nerviosas aquella noche. Su luz era más intensa al reflejarse
en la nieve, dejando ver el sendero que se adentraba en el bosque. El sonido
hueco de las pisadas en la nieve alertaron al leñador de una presencia que se
acercaba a su propiedad. La puerta de la cabaña fue golpeada sin dudar y la
soledad del leñador fue interrumpida.
-¿Quién
va a estas horas?- gritó el leñador.
-Soy
Dwarf el enano, no me conoce. Pertenezco a las tierras rojas, territorio de unicornios
y frontera con los límites permitidos. Ando buscando a mi unicornio hace días.
-¡Por
aquí nunca pasa nada! No le puedo ayudar- dijo el leñador, mientras se
preguntaba qué diablos hacia un enano buscando un unicornio.
-Es
tarde y hace frio-comentó el enano- ¿Podría darme morada hasta el amanecer?
El
leñador no acostumbraba a tener visitas, pero hizo una excepción. Aquel raro hombrecillo
no presentaba amenaza.
-¡Entre
y no haga ruido! ¡Intento descansar!-ordenó el leñador.
A
trompicones el enano entró en la cabaña. El calor de la lumbre le invitó a
quedarse junto al fuego acompañado de una humeante sopa caliente.
-Gracias
por su hospitalidad, caballero. Mi reina le compensará con grandes riquezas si
me ayuda a encontrar a mi unicornio.
El
leñador, asombrado por las palabras de su acompañante, decidió continuar charlando
y averiguar si el enano se había fugado de un manicomio.
-Su
castillo, caballero, es pequeño pero acogedor. Si me permite, estimado buen hombre,
le relataré de mis hazañas y el porqué me hallo ahora en tan lejanas tierras.
El
leñador pensó en echarle de su cabaña, pero sintió lástima por él. El pequeño
hombre estaría indefenso en aquella noche fría de invierno, y al día siguiente
se sentiría culpable.
-¡Cuénteme!
¿Por qué busca su unicornio?- pensó en voz alta el leñador.
-Verá.
Hace varias lunas, durante la festividad del árbol volador en la comarca donde
yo vivo, los hermanos Watchman, de la familia más antigua de la provincia, no
acudieron al evento. Su ausencia preocupó a los habitantes de esas tierras, y
el jefe consejero convocó una asamblea de ancianos para esclarecer los hechos.
Por lo visto, la comarca corría peligro de quedarse sin defensas. La familia Watchman
fue durante generaciones grandes guerreros guardianes, jurando proteger sus fronteras
hasta la muerte.
Como
los más ancianos del lugar no encontraron pruebas de la extraña desaparición de los hermanos, decidieron
pedir consejo a la Reina Queen, la dama más amada y respetada de todo el
territorio del unicornio, que gobernaba sabiamente desde que era una niña.
-Un
momento Dwarf –interrumpió curioso el leñador -¿Por qué llamas a tus tierras “rojas”?
-Porque
las sembramos de zanahorias, la comida favorita de los unicornios-afirmó el enano.
-¿Cuáles
son los límites permitidos de los que hablas? -continuó preguntando el
leñador.
-Más
allá de las fronteras de mi reino, el paso está prohibido, incluso a los
unicornios. Todos los que se han adentrado, nunca han regresado.
Se
dice que vive un Rey malvado que come unicornios y enanos -se estremeció Dwarf
al contarlo.
El
leñador continuó escuchando al enano mientras tomaba con ansia la sopa, y se
preguntaba al mismo tiempo, cómo actuaría su invitado si le dijera que lo
unicornios no existen, y que todo lo que está contando es pura invención. Como
era de noche y nevaba con intensidad, pensó que lo mejor sería esperar a la mañana
y llevarlo al médico de la aldea.
-Buen
hombre. ¿Está escuchando lo que relato? Es importante que no pierda detalle de
mis descripciones. Puede que usted, caballero, haya visto recientemente a mi
unicornio y lo hubiera confundido con un simple penco -se preocupó el enano.
-No
sé, señor Dwarf. No he visto nada vivo por aquí cerca desde hace semanas. No se
detenga y continúe relatando sus andanzas -sonrió el leñador.
Cuento lleno de magia, muy del estilo de mi escrito "Tierras de Gyadomea 1. Las Tierras del Nuevo Mundo". Me ha gustado. Me da que he conozco a Dwarf y a Watchman... o era ¿Watchmen? Jaja.
ResponderEliminar