Una gota de agua es lo que soy ahora, y lo que he sido
durante millones de años. Al principio fui de hielo y viajaba sobre una enorme
roca a miles de kilómetros por hora, atravesando el espacio sin órbita
definida. Durante cientos de años, la única gravedad que me arrastraba era la
de mi propio vehículo rocoso, en la parte sombría, donde casi nunca se
reflejaba el Sol y que por suerte o por desagracia, me mantuvo sólida.
Continué viajando durante mucho más tiempo, aún hoy no
puedo recordar nada anterior a ese viaje galáctico, pero sí la belleza que me
rodeaba; enormes esferas de distintos tamaños y colores que se cruzaban en mi
viaje espacial. En una de ellas orbité alrededor de sus majestosos anillos de
hielo. Su fuerza de gravedad era tan brutal, que la roca en la que viajaba no
pudo escapar durante unos pocos millones de años hasta que un fuerte impacto
nos alejó de ella.
El tiempo y las distancias en el espacio eran tan
enormes que durante largas épocas, la oscuridad y la soledad eran mis únicas
compañeras de viaje. Nuevamente comencé a sentir una fuerza casi idéntica a la
que nos unió a aquella maravillosa esfera anillada. Dicha atracción daba a
suponer que se trataba de otra esfera. Efectivamente, pude observar en el
horizonte de la base de la roca, una esfera anaranjada, pero sin anillos. Los
cambios no sólo eran evidentemente físicos en aspecto, sino también en su
fuerza de atracción hacia ella, que resultaba ser inimaginable. Nos acercábamos
a una velocidad muy superior en comparación a nuestra anterior visita. Fue
entonces, cuando pude comprender dos pensamientos totalmente nuevos para mí.
Uno de éstos fue poder sentir la familiaridad de una fuerza gravitatoria ajena
a mi roca; indicándome la proximidad a un nuevo objeto esférico. El segundo fue
la fuerza de aceleración hacia dicho objeto que aumentaba en proporción a su
tamaño.
Estos pensamientos fueron los primeros que tuve en mi
consciencia como gota de agua que viajaba sin control a deriva, sin tiempo.
La esfera, en la que me encontraba orbitando por
segunda vez en mi larga vida, era mucho mayor e imponente que la anterior. A su
alrededor, no orbitaban anillos, pero sí pequeñas esferas muy distintas unas de
otras; las había de fuego, otras de hielo. Pensé que si estas pequeñas esferas
llevaban millones de años orbitando alrededor de la grande, sin poder escapar
de su enorme atracción, a mí me sería prácticamente imposible liberarme de su
órbita, debido al corto tamaño de mi medio de transporte.
Fui pesimista durante otro pocos millones de años, más
o menos todo el tiempo que estuve alrededor de esta inmensa esfera que me
observaba con su ojo rojo tormentoso. Deseaba una y otra vez que algo nos
impactara como ocurrió en los anillos, pero no había nada alrededor nuestro,
hasta que un fogonazo de años luz de distancia, iluminó los alrededores de esta
esfera impulsándonos fuera de su órbita como un tirachinas. Mi roca comenzó a
viajar a su mayor velocidad, mientras que en su horizonte rocoso, veía la
esfera anaranjada cada vez más menuda. Al poco de aquel acontecimiento
inesperado, nos acercamos desbocados a un enjambre de millones de rocas como la
mía, de distintos tamaños, impactando una y otra vez contra ellas.
Observé que dicha colonia de rocas también poseía su
propia órbita pero no había cuerpo esférico como en las anteriores ocasiones.
Después de varios impactos sin importancia contra éstas, disminuimos de
velocidad y nos alejamos nuevamente al espacio vacío y sombrío.
Otra vez mis viejas amigas me hicieron compañía hasta
que fue interrumpida de nuevo por la familiaridad de otra fuerza. La nueva
esfera era mucho más pequeña que la anterior. Eso me alivió sobremanera; tras
mis experiencias pasadas que me fueron indicando el camino de las conjeturas. Y
se cumplieron tal y como yo predije, a pesar de mi banal forma de gota de agua.
Rozamos la proximidad de dicha esfera sin apenas atracción gravitacional, pero
a una distancia suficiente para poder observar con claridad que parte de su
superficie era de color azul, del mismo color del que estoy hecha yo. En
cambio, en el otro extremo de esta esfera su aspecto parecía más inhóspito,
árido, de color rojizo. Era evidente que algo le estaba sucediendo y que con el
tiempo su color azul iría desapareciendo.
Proseguí mi viaje sin mirar atrás porque algo nuevo me
atrajo la atención. Una pequeña lucecita azul se asomaba con timidez sobre la
superficie de mi roca que comenzaba a calentarse conforme nos dirigíamos hacia
el Sol. No me sorprendió que casualmente, volviera la ya familiar gravedad que
nos arrastraba directamente hacia la lucecita azul. Era pues, evidente que se
trataba de otra esfera mucho más celeste que la anterior; conforme nos
acercábamos hacia ella.
Entonces ocurrió algo inesperado. No orbitamos
alrededor de ella sino que fuimos directamente a sus entrañas. Nunca sentí
tanto miedo en mi dilatada vida, me aventuraba a lo desconocido ¿Qué sucederá?
No tenía referencias anteriores sobre este acontecimiento. Estaba perdida, lo
único que podía hacer era aferrarme a mi roca madre tanto como pude, y esperar.
Mientras descendíamos noté cómo disminuíamos de
velocidad, aunque esta vez las fuerzas no eran gravitacionales. Algo nos
frenaba y nos quemaba. Ya no había oscuridad ni frío. Mi roca madre, se
convirtió en una bola de fuego que se iba consumiendo poco a poco, mientras que
mi estado sólido se iba transformando en un estado más ligero, un estado que no
recordaba haber sido, con un movimiento de vaivén. Mi reminiscencia en el
momento del impacto fue nula, pero sí fue evidente una vez en la superficie.
Ya no estaba adherida a mi roca madre, ahora la
gravedad que me mantenía sujeta, era la propia esfera azul. Comprendí que sería
quizás para siempre mi esfera madre. Allí permanecí durante miles de millones
de años, cambiando continuamente de estado; a sólida, líquida y vaporosa, una y
otra vez, cíclicamente junto a billones de mis homólogas. Se trataba de otra
forma de viajar, pero siempre en el mismo lugar, en esta esfera azul, siendo
testigo de cientos de acontecimientos que fueron moldeando esta enorme roca
para bien y para mal, surgiendo formas de vida que jamás pude imaginar y
sabiendo que, nosotras las gotas de agua, fuimos y somos, las causantes de esta
explosión de complejidad biológica que quizás no sólo esté presente en esta
pequeña esfera azul, sino también en el universo de donde provengo.
Desirée
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