En
la espesura del bosque verde, los nuevos visitantes observaban con miedo todo a
su alrededor. Los rayos del sol tímidamente atravesaban las hojas de los
árboles, dejando el interior del bosque casi en penumbra. Afortunadamente la
luciérnaga misteriosa, iluminaba el camino pantanoso allá por donde iban. Las
patas del unicornio se hundían en el barro del camino y Dwarf guiaba la
expedición orientándose por las huellas grabadas de los hermanos. Se aproximaba
la hora de comer e hicieron un alto en el camino, junto a un hermoso árbol cuyo
tronco de varios metros de ancho llamó la atención del enano. Alrededor de su
base se cultivaba un pequeño huerto. Dwarf extrajo de su saco una zanahoria
para su unicornio, mientras la luciérnaga refrescaba sus alitas en unas gotas
de agua que caían del árbol.
-¡Qué
ruido tan extraño sale del interior de este tronco! -dijo Dwarf a su unicornio
mientras ambos masticaban con placer.
-Señor
enano-indicó la luciérnaga-. Podría volar a la copa de este bello árbol y
comprobar si dichos sonidos provienen del eco de los alrededores, pero estoy
impedida, mis alitas están mojadas.
-Tranquila,
es mejor que estés cerca de nosotros. La luz de tu interior nos puede salvar la
vida.
Al
poco tiempo, los sonidos aumentaron de volumen e iban acompañados de pequeños
golpes que alertaron al enano. De repente, una raíz enorme del árbol comenzó a
salir de la tierra, destrozando el huerto y provocando que el unicornio saliese
corriendo. Dicho movimiento inesperado dejó a la vista una abertura en la
tierra que causó curiosidad al enano y a la luciérnaga. Del interior del hueco
oscuro, apareció un gnomo con cara de pocos amigos.
-Buen
día, estimado gnomo. Somos extranjeros en estas tierras lejanas y traemos un
mensaje de nuestra amada reina Queen. Debemos sin demora entrevistarnos con el
rey Wicked -aseveró Dwarf.
-De
no ser que los enanos y los gnomos nos une parentesco lejano, yo mismo me
abatiría en duelo con usted. Me ha despertado de una buena siesta mañanera con
eso zapatazos que hicieron temblar mi casa -gruñó el gnomo.
-Disculpe
a mi unicornio, el pobre ignoraba que debajo de sus pezuñas habitaba usted.
-Bueno,
bueno… ¡déjese de tanta formalidad! Sigan el sendero tenebroso. Les conducirá
hasta el castillo del rey. Pero recuerden que yo no les he visto nunca: los
gnomos no simpatizamos mucho con el monarca, de ahí que nos ocultemos bajo
tierra.
-Mil
gracias por su hospitalidad. No diremos nada que le comprometa a usted o a su
comunidad.

Breve, pero me han gustado la luciérnaga y el gnomo.
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