Día 4
Los
accesos al metro del Retiro estaban cerrados, aunque no de la manera
convencional. Había objetos de todo tipo apilados sobre varios metros, hasta
cuerpos humanos, para formar lo que parecía una improvisada barricada.
Posiblemente
cuando los infectados tomaron los túneles, la propagación debió ser más rápida
porque las avalanchas humanas debieron taponar a los que intentaban escapar.
Los
no infectados desde la superficie impidieron su salida para que fuera más
cómoda su exterminación. Esta vez sus cráneos no estaban reventados. El color
azulado de sus rostros delataba la causa, por asfixia. Sólo el ejército podría
haber preparado un contraataque de esta envergadura.
Retiré
de mi camino los obstáculos más ligeros para poder atravesar el muro. Estaba muy
oscuro y algo crujiente bajo mis pies se pegaba a mi suela. Con un fuerte chasquido
encendí el mechero olvidando que tenía una linterna en la mochila. Vi cientos
de gusanos que brotaban de los cadáveres. Los cuerpos se encontraban en una
crítica fase de descomposición; en algunos la carne se desprendía del hueso y
la necrosis cubría el 90% de la piel.
De
un salto me arrojé a las vías preguntándome dónde narices estarían los no
infectados como yo. Durante las últimas 48 horas me había topado con miles de
personas, pero no las suficientes para una ciudad de cinco millones de
habitantes. Faltaba mucha gente, y esperaba que la mayoría estuviera sana y salva
de este virus mortal.
El
túnel en dirección al este estaba cortado, sólo había una única dirección, la
estación Banco de España. Calculé que la distancia aproximada era de un
kilómetro y que a pie tardaría 20 minutos.
Esta
vez utilicé la linterna para iluminar tímidamente las paredes y el suelo del
túnel. El olor seguía siendo insoportable pero lo amortiguaba con litros de
perfume.
A
lo lejos vislumbré un vagón descarrilado, y pensé que sería un buen lugar para
descansar unas horas. En el interior había unos pocos cadáveres y los arrojé
afuera. Rocié con colonia la estancia y cubrí con ropa todos los huecos que
pudieran filtrar el mal olor. Me acomodé e intenté relajar mi cuerpo con buenos
pensamientos.
A
los pocos minutos, escuché sonidos de pisadas que se aproximaban hacia mí y
nuevamente me quedé inmovilizada.
Una
figura de corta estatura se acercó y me habló en idioma extranjero.
Era
una niña de unos ocho años y de aspecto sano. No parecía estar infectada. Con gestos
me indicó que le siguiera hacia una salida
de emergencia utilizada para evacuar siniestros. Me sentí aliviada cuando
escuche voces humanas al otro lado del túnel. Se trataba de un pequeño grupo de
personas que había sobrevivido al ataque tanto del ejército como de los
infectados. Pero sorprendentemente todos eran extranjeros, sólo un chico
adolescente chapurreaba mi idioma. Me tradujo información del que parecía ser el líder, un hombre
corpulento de mediana edad que por sus gestos autoritarios dejaba al
descubierto haber sido un trabajador de mando intermedio.
Por
lo visto el virus, había infectado en sólo cuatro días a más de 60% de la
población mundial, que no se conocía remedio y que los no infectados debían
ocultarse hasta que se frenara la propagación. Continuó diciendo que el tramo de
túnel donde se encontraban, estaba aislado y actuaba como cuarentena y que de este modo tendrían más posibilidades de
sobrevivir. Sólo salían al exterior a buscar alimentos en las horas centrales
del día, cuando los infectados eran más sensibles a la luz y al calor.
Por fin vida humana, ya decía yo que estaban tardando mucho en aparecer. Ahora comenzaremos a conocer al grupo, y como se enfrentan a los infectados y la epidemia.
ResponderEliminar