Día 5
La
pequeña comunidad de supervivientes estaba formada por una mujer madura cercana
a los cincuenta, de pelo corto oscuro, ojos rasgados y mirada profunda. Se
apreciaba por su complexión atlética, que pertenecía a la nueva cultura urbana del
culto al cuerpo. Todo lo contrario a la otra mujer, un poco más joven con
aspecto desaliñado aunque insultantemente atractiva a pesar de sus piercing y tatuajes. Por la
simbología con la que se adornaba, se deducía que pertenecía a la tribu urbana
de los anarquistas. Ambas mujeres no parecía mantener conversaciones. Les separaba
una línea invisible de prejuicios sociales característicos de las grandes
ciudades. Por último un hombre de raza negra de unos treinta años de edad,
hablaba con más soltura con la joven anarquista.
Imaginé
que al pertenecer a grupos con alto riesgo de exclusión social, se identificarían más.
El
que parecía el líder continuó hablando y el chico traduciendo. Pero de repente se
quedó mudo. Con un fuerte gesto indicó al resto del grupo que no se moviera.
Buscó a su alrededor a la niña; quizás pensó que podría ser ella la causante de
esos sonidos. Pero la pequeña estaba a pocos metros y a la vista, junto a la
puerta por donde minutos antes había traspasado.
El
griterío cada vez se aproximaba más a nosotros desde el otro lado del muro. Pude
escuchar con claridad que una de las voces me era familiar. Sin duda se trataba
del mismo infectado que horas antes había intentado matarme en la calle Alfonso
XII.
-¡Eh!
¡Chico! Pregúntale a nuestra nueva invitada qué narices hizo allí arriba. Que si
vio algún zeta-ordenó con un toque de agresividad.
Les
expliqué lo sucedido desde el mismo momento en que desperté en el Paseo del
Prado, que me persiguió un infectado, pero que le di esquinazo en el parque.
-Pues
ya estás traduciendo esto chaval; IDIOTA. Han seguido tu rastro y los has
conducido hacia nosotros. Ahora tendremos que buscar otra guarida, además de
ponernos el peligro.
No
hizo falta traducción. Los gestos despectivos de aquel hombre hubieran valido
un “Oscar” a la mejor interpretación. Salimos corriendo en dirección Banco de
España, con la esperanza que no hubiera, en la única salida al exterior, otros
infectados.
A
nuestras espaldas, se apreciaban un gran número de figuras caminando aceleradamente
hacia nosotros, impacientes de darnos caza.
Salimos
al exterior y a pesar de lo desolador del paisaje urbano, a simple vista no
vimos ningún infectado.
El
líder de nuestro pequeño grupo, nos condujo directamente al Palacio de Cibeles.
Era uno de los pocos edificios que aún quedaban en pie y sus grandes
dimensiones, nos darían más oportunidades.
Un
grupo de infectados nos siguió desde el interior del metro hasta el edificio.
Observé su comportamiento, y era muy distinto comparado con días anteriores. Ya
no parecían desorientados, caminaban en línea recta y no gritaban tanto, aunque
su aspecto continuaba siendo desagradable. Alguno le faltaba la mandíbula
inferior y el músculo de la lengua se podía apreciar desde el interior de la
garganta. Otro arrastraba sus intestinos sanguinolentos por el asfalto mientras
masticaba sus propias vísceras y todos presentaban hemorragias a través de los
orificios del cuerpo. Su conducta era básica,
muy definida a la atracción por los no infectados, como un deseo agónico
de supervivencia.
Los
últimos rayos de luz del día iluminaban tímidamente la puerta principal del edificio, proyectando sobre la fachada las
sombras de los infectados, que aumentaban de tamaño conforme se aproximaban.
En
el interior todo estaba oscuro. Pudimos cerrar la entrada y atorarla con lo que
pudimos encontrar más a mano, aunque sabíamos que no aguantaría mucho tiempo.
La
edificación se elevaba hasta las ocho plantas, y varias galerías cubrían
cientos de metros cuadrados que nos servirían de vía de escape en caso
necesario.
La
mujer de pelo corto sacó de su bolso un móvil de última generación y lo usó
como linterna improvisada. Aún conservaba algo de batería al haberlo
desconectado en las horas diurnas.
El
chico, por orden del líder, me indicó que buscara en el panel informativo el
auditorio, próximo a nuestra situación. Por lo que deduje, allí pasaríamos la
noche ya que la estancia estaba aislada del resto de la arquitectura.
Apenas
se escuchaban sonidos desde el exterior, aunque corríamos el riesgo de que
hubiera algún infectado dentro del edificio; no dio tiempo a inspeccionar.
Sellamos
el interior del auditorio con lo que pudimos aprovechar del mobiliario de la
primera planta. El silencio era demasiado sospechoso, el grupo que nos
perseguía se había desvanecido de repente. El hombre corpulento y autoritario
decidió comprobar si el acceso principal al auditorio, estaba correctamente
bloqueado. Se acercó con prudencia pero un infectado, desde un hueco de la
pared, le agarró de una pierna con tanta fuerza que fracturó todas sus
extremidades succionándolo como una aspiradora. La mujer de pelo corto corrió a
socorrerle pero en el forcejeo fue mordida por otro infectado.
El
líder del grupo desapareció y la mujer en cuestión de segundos, comenzó a tener
fuertes convulsiones previas a la infección. Sin pensarlo, me acerqué a ella y
la propiné varios golpes en la cabeza con una butaca que había sido arrancada
en el anterior asedio al Palacio. No dejé de agredirle hasta que el joven de
color me impidió continuar. La mujer estaba muerta, y yo la había matado.
Bueno sabemos algo de los integrantes del grupo. Me ha sabido a poco, ya que has dejado el día a medias y lo has cortado justo cuando comenzaba la acción.
ResponderEliminarjaja, lo dejo a medias para poneros los dientes largos.
ResponderEliminarJa,ja. Si en el fondo os encanta!!
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