miércoles, 16 de julio de 2014

MadriZ

Día 5

La pequeña comunidad de supervivientes estaba formada por una mujer madura cercana a los cincuenta, de pelo corto oscuro, ojos rasgados y mirada profunda. Se apreciaba por su complexión atlética, que pertenecía a la nueva cultura urbana del culto al cuerpo. Todo lo contrario a la otra mujer, un poco más joven con aspecto desaliñado aunque insultantemente atractiva a pesar de sus piercing y tatuajes. Por la simbología con la que se adornaba, se deducía que pertenecía a la tribu urbana de los anarquistas. Ambas mujeres no parecía mantener conversaciones. Les separaba una línea invisible de prejuicios sociales característicos de las grandes ciudades. Por último un hombre de raza negra de unos treinta años de edad, hablaba con más soltura con la joven anarquista.
Imaginé que al pertenecer a grupos con alto riesgo de exclusión social,  se identificarían más.

El que parecía el líder continuó hablando y el chico traduciendo. Pero de repente se quedó mudo. Con un fuerte gesto indicó al resto del grupo que no se moviera. Buscó a su alrededor a la niña; quizás pensó que podría ser ella la causante de esos sonidos. Pero la pequeña estaba a pocos metros y a la vista, junto a la puerta por donde minutos antes había traspasado.
El griterío cada vez se aproximaba más a nosotros desde el otro lado del muro. Pude escuchar con claridad que una de las voces me era familiar. Sin duda se trataba del mismo infectado que horas antes había intentado matarme en la calle Alfonso XII.

-¡Eh! ¡Chico! Pregúntale a nuestra nueva invitada qué narices hizo allí arriba. Que si vio algún zeta-ordenó con un toque de agresividad.

Les expliqué lo sucedido desde el mismo momento en que desperté en el Paseo del Prado, que me persiguió un infectado, pero que le di esquinazo en el parque.

-Pues ya estás traduciendo esto chaval; IDIOTA. Han seguido tu rastro y los has conducido hacia nosotros. Ahora tendremos que buscar otra guarida, además de ponernos el peligro.

No hizo falta traducción. Los gestos despectivos de aquel hombre hubieran valido un “Oscar” a la mejor interpretación. Salimos corriendo en dirección Banco de España, con la esperanza que no hubiera, en la única salida al exterior, otros infectados.
A nuestras espaldas, se apreciaban un gran número de figuras caminando aceleradamente hacia nosotros, impacientes de darnos caza.

Salimos al exterior y a pesar de lo desolador del paisaje urbano, a simple vista no vimos ningún infectado.
El líder de nuestro pequeño grupo, nos condujo directamente al Palacio de Cibeles. Era uno de los pocos edificios que aún quedaban en pie y sus grandes dimensiones, nos darían más oportunidades.

Un grupo de infectados nos siguió desde el interior del metro hasta el edificio. Observé su comportamiento, y era muy distinto comparado con días anteriores. Ya no parecían desorientados, caminaban en línea recta y no gritaban tanto, aunque su aspecto continuaba siendo desagradable. Alguno le faltaba la mandíbula inferior y el músculo de la lengua se podía apreciar desde el interior de la garganta. Otro arrastraba sus intestinos sanguinolentos por el asfalto mientras masticaba sus propias vísceras y todos presentaban hemorragias a través de los orificios del cuerpo. Su conducta era básica,  muy definida a la atracción por los no infectados, como un deseo agónico de supervivencia.

Los últimos rayos de luz del día iluminaban tímidamente la puerta principal  del edificio, proyectando sobre la fachada las sombras de los infectados, que aumentaban de tamaño conforme se aproximaban.
En el interior todo estaba oscuro. Pudimos cerrar la entrada y atorarla con lo que pudimos encontrar más a mano, aunque sabíamos que no aguantaría mucho tiempo.
La edificación se elevaba hasta las ocho plantas, y varias galerías cubrían cientos de metros cuadrados que nos servirían de vía de escape en caso necesario.

La mujer de pelo corto sacó de su bolso un móvil de última generación y lo usó como linterna improvisada. Aún conservaba algo de batería al haberlo desconectado en las horas diurnas.
El chico, por orden del líder, me indicó que buscara en el panel informativo el auditorio, próximo a nuestra situación. Por lo que deduje, allí pasaríamos la noche ya que la estancia estaba aislada del resto de la arquitectura.
Apenas se escuchaban sonidos desde el exterior, aunque corríamos el riesgo de que hubiera algún infectado dentro del edificio; no dio tiempo a inspeccionar.

Sellamos el interior del auditorio con lo que pudimos aprovechar del mobiliario de la primera planta. El silencio era demasiado sospechoso, el grupo que nos perseguía se había desvanecido de repente. El hombre corpulento y autoritario decidió comprobar si el acceso principal al auditorio, estaba correctamente bloqueado. Se acercó con prudencia pero un infectado, desde un hueco de la pared, le agarró de una pierna con tanta fuerza que fracturó todas sus extremidades succionándolo como una aspiradora. La mujer de pelo corto corrió a socorrerle pero en el forcejeo fue mordida por otro infectado.
El líder del grupo desapareció y la mujer en cuestión de segundos, comenzó a tener fuertes convulsiones previas a la infección. Sin pensarlo, me acerqué a ella y la propiné varios golpes en la cabeza con una butaca que había sido arrancada en el anterior asedio al Palacio. No dejé de agredirle hasta que el joven de color me impidió continuar. La mujer estaba muerta, y yo la había matado.



4 comentarios:

  1. Bueno sabemos algo de los integrantes del grupo. Me ha sabido a poco, ya que has dejado el día a medias y lo has cortado justo cuando comenzaba la acción.

    ResponderEliminar
  2. jaja, lo dejo a medias para poneros los dientes largos.

    ResponderEliminar
  3. Se te da muy bien dejarnos a medias, mala, q eres malaaaaaa....!!!

    ResponderEliminar