viernes, 11 de julio de 2014

MadriZ


Día 4

Los accesos al metro del Retiro estaban cerrados, aunque no de la manera convencional. Había objetos de todo tipo apilados sobre varios metros, hasta cuerpos humanos, para formar lo que parecía una improvisada barricada.
Posiblemente cuando los infectados tomaron los túneles, la propagación debió ser más rápida porque las avalanchas humanas debieron taponar a los que intentaban escapar.
Los no infectados desde la superficie impidieron su salida para que fuera más cómoda su exterminación. Esta vez sus cráneos no estaban reventados. El color azulado de sus rostros delataba la causa, por asfixia. Sólo el ejército podría haber preparado un contraataque de esta envergadura.

Retiré de mi camino los obstáculos más ligeros para poder atravesar el muro. Estaba muy oscuro y algo crujiente bajo mis pies se pegaba a mi suela. Con un fuerte chasquido encendí el mechero olvidando que tenía una linterna en la mochila. Vi cientos de gusanos que brotaban de los cadáveres. Los cuerpos se encontraban en una crítica fase de descomposición; en algunos la carne se desprendía del hueso y la necrosis cubría el 90% de la piel.

De un salto me arrojé a las vías preguntándome dónde narices estarían los no infectados como yo. Durante las últimas 48 horas me había topado con miles de personas, pero no las suficientes para una ciudad de cinco millones de habitantes. Faltaba mucha gente, y esperaba que la mayoría estuviera sana y salva de este virus mortal.
El túnel en dirección al este estaba cortado, sólo había una única dirección, la estación Banco de España. Calculé que la distancia aproximada era de un kilómetro y que a pie tardaría 20 minutos.
Esta vez utilicé la linterna para iluminar tímidamente las paredes y el suelo del túnel. El olor seguía siendo insoportable pero lo amortiguaba con litros de perfume.

A lo lejos vislumbré un vagón descarrilado, y pensé que sería un buen lugar para descansar unas horas. En el interior había unos pocos cadáveres y los arrojé afuera. Rocié con colonia la estancia y cubrí con ropa todos los huecos que pudieran filtrar el mal olor. Me acomodé e intenté relajar mi cuerpo con buenos pensamientos.
A los pocos minutos, escuché sonidos de pisadas que se aproximaban hacia mí y nuevamente me quedé inmovilizada.


Una figura de corta estatura se acercó y me habló en idioma extranjero.
Era una niña de unos ocho años y de aspecto sano. No parecía estar infectada. Con gestos me indicó que le siguiera  hacia una salida de emergencia utilizada para evacuar siniestros. Me sentí aliviada cuando escuche voces humanas al otro lado del túnel. Se trataba de un pequeño grupo de personas que había sobrevivido al ataque tanto del ejército como de los infectados. Pero sorprendentemente todos eran extranjeros, sólo un chico adolescente chapurreaba mi idioma. Me tradujo información  del que parecía ser el líder, un hombre corpulento de mediana edad que por sus gestos autoritarios dejaba al descubierto haber sido un trabajador de mando intermedio.
Por lo visto el virus, había infectado en sólo cuatro días a más de 60% de la población mundial, que no se conocía remedio y que los no infectados debían ocultarse hasta que se frenara la propagación. Continuó diciendo que el tramo de túnel donde se encontraban, estaba aislado  y actuaba como cuarentena y  que de este modo tendrían más posibilidades de sobrevivir. Sólo salían al exterior a buscar alimentos en las horas centrales del día, cuando los infectados eran más sensibles a la luz y al calor.



1 comentario:

  1. Por fin vida humana, ya decía yo que estaban tardando mucho en aparecer. Ahora comenzaremos a conocer al grupo, y como se enfrentan a los infectados y la epidemia.

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