Día
8
Las ratas desaparecieron tras una pequeña brecha en la pared
del túnel. Huían a un nivel por debajo del nuestro, pero nosotras no pudimos
seguirlas. Estaba oscuro, el móvil se había apagado, pero lo conservé como
posible dispositivo de localizador en movimiento. Quizás con suerte, los
militares captarían su señal e irían a rescatarnos.
Sobre nuestras cabezas, a varios metros penetraba un
poco de luz. Palpé con mis manos las paredes de nuestro alrededor, hasta que me
topé con una escalerilla adherida. Aupé a la pequeña en el primer peldaño, y le
ordené que subiera por ella con cuidado hasta llegar al final. Los infectados
estaban aún entretenidos liquidando al muchacho, y debíamos apresurarnos. Una
vez en la superficie, me aseguré de no ponernos a la vista de algún infectado;
la panorámica no mostraba signos de vida, aunque me llamó la atención ver un
carro de combate militar dirigiéndose hacia el teatro real, por la calle
Arenal. Era imposible que los infectados pudieran manejar semejante coloso, se
necesitaba precisión y entrenamiento y ellos habían perdido su sistema
locomotor.
Por precaución, nos ocultamos detrás del tanque y así
nos despejaba el camino hasta el teatro. Un soldado, perfectamente uniformado,
patrullaba alrededor del teatro con su fusil. No parecía defender el edificio,
más bien vigilaba los accesos hacia el Palacio Real. Sus movimientos eran normales
y no presentaba heridas sangrantes en su cuerpo. El carro continuó hacia
palacio, y decidí acercarme al soldado, pero sin la pequeña.
-¡Socorro! ¿Me oye? Soy una superviviente, me acompaña
una niña.
El soldado se quedó inmóvil tras escucharme. Estaba de
espaldas, a unos diez metros, y no podía verle la cara. Pensé que con el ruido
de carro no me habría escuchado y decidí aproximarme más. Se giró y pude ver
que el músculo de su lengua sobresalía de su garganta seccionada. ¡No puede
ser! Era un infectado, y parecía casi normal. El soldado alertó a los ocupantes
del carro que dieron media vuelta para encaminarse hacia la posición de la
pequeña. Grité que se apartara del camino, pero la niña desapareció bajo las
reptantes ruedas del tanque, dejando su cuerpo aplastado sobre el asfalto.
El soldado golpeó mi cabeza con la culata de su fusil y
caí al suelo medio inconsciente. Antes de que mi mente se nublara y perdiera el
sentido, puede ver helicópteros en el cielo madrileño y figuras arrojándose
desde ellos, entonces las luces se apagaron.
Me ha impactado mucho dos cosas. Que la niña haya muerto, y la manera en que lo ha hecho. No me lo esperaba para nada.
ResponderEliminarOtra cosa que me ha dejado intrigado es que el soldado del tanque (que se suponía que era la ayuda) ya estaba con los primeros síntomas de infección. Y los que se tiraron del helicóptero o son zombis, o se tiran porque alguno en el helicóptero lo es.
Hola Baena, pues los soldados que están custodiando la zona son infectados. Parecen normales, porque el efecto del virus se está regulando en ellos con el tiempo. Y los que se tiran del helicóptero ya los sabrás en el desenlace del próximo y último capítulo. Gracias por comentar.
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